La importancia de la Virgen María en la formación intelectual y espiritual
Editado por la Prof. Daniela del Gaudio
Tras años de oscuridad mariológica, la atención a la mariología fue despertada nuevamente por San Juan Pablo II, especialmente con la Encíclica Redemptoris Mater y la celebración del Año Mariano en 1988. Precisamente al concluir este año dedicado a la Virgen María, la Congregación para la Educación Católica emitió una Carta dirigida a las facultades de teología, seminarios y otros centros de estudios eclesiásticos para ofrecer algunas reflexiones sobre la Madre de Dios y, sobre todo, para subrayar la importancia de su persona en la formación intelectual y espiritual de los seminaristas, consagrados y aquellos, incluidos los laicos, que se dedican a los estudios teológicos.
El documento, titulado La Virgen María en la formación intelectual y espiritual, comienza con un análisis del capítulo octavo de Lumen gentium, explicando cómo el Concilio sitúa a la persona y el papel de María dentro del misterio de Cristo y de la Iglesia desde una perspectiva histórico-salvífica, retomando la visión de los Padres de la Iglesia.
En relación con Cristo, la Virgen María, llamada a ser su madre, no tiene un papel marginal en el ámbito de la fe y en el panorama de la teología, ya que ella, a través de su íntima participación en la historia de la salvación, «de alguna manera reúne y refleja los mayores datos de la fe» (nn. 5-8).
En relación con la Iglesia, ella es la madre de los creyentes, ya que es «Madre de aquel que, desde el primer instante de la Encarnación en su seno virginal, se unió a sí mismo como Cabeza a su Cuerpo místico, que es la Iglesia» (Pablo VI). Por lo tanto, sigue con cuidado maternal a cada fiel, del cual es modelo, auxiliadora y mediadora. Finalmente, la Virgen-Madre es la figura misma de la Iglesia, que la mira por la integridad de su fe y la fecundidad de la caridad.
En consecuencia, en el campo de la teología dogmática, la mariología ha contribuido, en el debate postconciliar, a una ilustración más adecuada de los dogmas: de hecho, ha sido invocada en las discusiones sobre el pecado original (dogma de la Inmaculada Concepción), sobre la encarnación del Verbo (dogma de la concepción virginal de Cristo, dogma de la maternidad divina), sobre la gracia y la libertad (doctrina de la cooperación de María1 en la obra de la salvación), sobre el destino último del hombre (dogma de la Asunción) (n. 12).
Por lo tanto, la Congregación para la Educación Católica, «considerando la importancia de la figura de la Virgen en la historia de la salvación y en la vida del pueblo de Dios, y tras las indicaciones del Vaticano II y de los Sumos Pontífices», cree que «sería impensable hoy que la enseñanza de la mariología se descuidara en los seminarios y facultades de teología» (n. 27). Esta enseñanza debe ser orgánica, completa y responder a los diversos tipos de institución (centros de cultura religiosa, seminarios, facultades de teología…) y al nivel de los estudiantes: futuros sacerdotes y profesores de mariología, animadores de la piedad mariana en las diócesis, formadores de vida religiosa, catequistas, conferenciantes2 y aquellos que desean profundizar en el conocimiento mariano (n. 28).
A nivel espiritual, el documento finalmente exhorta a considerar la belleza y riqueza de la espiritualidad mariana en la formación de los seminaristas, consagrados y laicos que estudian teología, para que su vida y su ministerio pastoral se inspiren en la Virgen María, justamente invocada con el título de Reina de los Apóstoles por su papel en la Iglesia naciente, precisamente en relación con la evangelización, con su cuidado maternal y la fuerza de su fe.
Por eso «el estudio de la mariología tiende, como meta última, a la adquisición de una sólida espiritualidad mariana, aspecto esencial de la espiritualidad cristiana. En su camino hacia3 el logro de la plena madurez de Cristo (cf. Ef 4,13), el discípulo del Señor, consciente de la misión que Dios ha confiado a la Virgen en la historia de la salvación y en la vida de la Iglesia, la asume como madre y maestra de vida espiritual: con ella y como ella, a la luz de la Encarnación y la Pascua, imprime a su propia existencia una orientación decisiva hacia Dios por Cristo en el Espíritu, para vivir en la Iglesia la propuesta radical de la Buena Nueva y, en particular, el mandamiento del amor (cf.4 Jn 15,12)» (n. 36).